Las montañas exigen un compromiso versátil y nos dan mucho a cambio
Estás en una cresta afilada disfrutando de una vista impresionante de las montañas que te rodean, mientras, el sol baña las empinadas laderas blancas con una luz brillante y la cruz de la cima se eleva majestuosa hacia el profundo cielo azul. Un escalofrío recorre tu espalda. Este es un típico y emotivo momento de alegría que experimentan la mayoría de los montañeros al alcanzar una cumbre.
El montañismo se presenta de muchas formas según la época del año, la región y la altitud. Puede ser una excursión de primavera en el Karwendel, en Austria, una alta ruta invernal en los Alpes suizos o el ascenso de varias semanas a un siete mil en el Himalaya. La cima suele ser el objetivo, y se puede alcanzar de diferentes maneras: caminando, trepando, escalando, con esquís, con crampones, a través de la ruta estándar o por una famosa cara norte. La naturaleza nos enfrenta a múltiples desafíos: rutas largas y agotadoras, laderas empinadas, pendientes de nieve, travesías de vértigo, difíciles pasos de roca, frío, viento, lluvia, hielo, nieve, grietas en glaciares o riesgo de avalancha.
Las excursiones seguras requieren un amplio conocimiento y un dominio sólido del uso de tu equipo.
Sin embargo, el montañismo no se trata solo de un logro atlético, de alcanzar una cima y regresar a salvo. Las montañas tienen una atracción mágica. Su energía, su paz y la belleza de la naturaleza intacta afectan nuestro cuerpo, mente y alma.
El montañista austriaco Peter Habeler resumió acertadamente la experiencia global del montañismo: “Las montañas no son solo un desafío para mí. También son un lugar de recuperación. Mi cabeza se despeja en cuanto me pongo en marcha. Subo una montaña y cuando vuelvo soy otra persona”.